- Bienvenidos- nos saluda el holograma del juez, el cual flota en medio de la sala como una aparición espectral- Han sido dignos de llegar hasta aquí, pero solo uno de los tres optará por el puesto de chef de la Unión Interestelar. La prueba final demostrará que el ganador es la encarnación de los términos diligencia, disciplina y resistencia física y mental. Consistirá en preparar un sannakji plutoniano con nuestros amigos de la pecera que tienen a vuestras espaldas.
Nos volvemos para mirarlos. Los moluscos de Plutón nos devuelven la mirada a través del cristal. ¿Estarán entendiendo lo que dice el juez?
- Parecen cerebros, ¿no?- murmuro a los otros.
- Si, salvo por el color y los tentáculos- me responde Dex.
- Al igual que la variante coreana- continúa el juez- este sannakji consistirá simplemente en trocear vivo al animal y servirlo con aceite de sésamo. El reto será cocinarlo mientras soportan su peculiar mecanismo de defensa. Ellos establecen un vínculo telepático con sus agresores, sean depredadores o cocineros, y comparten con ellos sus sensaciones en vivo- O sea, sentiremos que nos estamos cocinando a nosotros mismos- El primero en servir el plato será el vencedor. Comiencen.
Tú puedes, Lya.
Otto, Dex y yo agarramos cada uno nuestro ejemplar, ninguno de éstos nos ofrece resistencia, y lo llevamos a nuestra cocina asignada. Sin dilación, con una mano sujeto uno de los tentáculos contra la mesa y, con la otra, agarro el cuchillo. El bicho observa todo ese proceso y luego me mira con una expresión suplicante.
- ¡No hagas eso!- le ordeno.
De pronto, me sobresalta un grito a mis espaldas.
- ¡Me cago en Dios!- aúlla Dex desde el fondo de su alma.
- Por favor, entiendo el dolor pero eviten las blasfemias- nos pide el juez- Muerdan el trozo de madera que disponen en la mesa. No disminuye el dolor pero ayudará.
¡Venga, Lya! ¡Es para hoy!
Muerdo la madera y comienzo a cortar. Al instante siento que un hacha de carnicero me golpea en el brazo con saña. Me lo miro, no está mutilado, no veo herida ni sangre, pero el dolor sigue siendo jodidamente real. Lo vuelvo a intentar y veo las estrellas.
Resulta que a quien creíamos más aventajado para esta prueba, por su entrenamiento en el simulador de torturas, es el primero en caer. Otto yace en el suelo convulsionando y echando espuma por la boca.
- Una pena- se lamenta el holograma- Que alguien lo saque de aquí.
Un robot entra, lo agarra de los tobillos y se lo lleva a rastras. Lo agradezco, escucharlo gemir como un moribundo no es una distracción agradable.
¡Para, por favor! Espera… ese pensamiento no es mío. Suena a mi voz pero no soy yo. Es… ¿la comida me está hablando? ¡Duele! Debo estar delirando. A Dex no parece que le pase lo mismo. Además, estos seres no tienen inteligencia ni sentimientos... se supone. Solo se dedican a chupar plancton de los hielos de su planeta.
¿Por qué lo haces?
- Calla… Sigo cortando y sigo enloqueciendo de dolor. De reojo, veo que Dex aumenta su ritmo de corte, sus ojos inyectados en sangre están a punto de salirse de sus órbitas y de su boca cae una cascada de babas mientras muerde la madera. Yo debo lucir igual pero no llevo ni la mitad del trabajo hecho. Debo apresurarme o fracasaré...
No quiero morir.
- Y yo no quiero matarte… lo siento…
¿Por qué empiezo por los brazos? Me dispongo a apuñalar la cabeza y así callarlo para siempre.
Yo era feliz en el abismo, sin hacer daño a nadie.
- ¡Está bien! ¡Me rindo!
Tan pronto tiro el maldito cuchillo, todo termina. Con mi mente por fin libre del dolor y de las súplicas ajenas, me entrego a una tarea urgente, arrodillarme y echar hasta la primera papilla de la infancia.
Cuando vuelvo en mí, todo ha terminado. Dex no está en su puesto pero lo veo junto al juez en el holograma, sostenido por dos ayudantes mientras aguarda el veredicto de su plato. El otro se está llevando un trozo de tentáculo a la boca, veo que eso aún está retorciéndose entre los palillos.
Ojalá te atragantes.
Pero todo eso me da igual ya. No me importa nada, ni el triunfo de mi rival, ni el desdén del juez, ni me importará la decepción de mis padres cuando me reciban en casa entre gritos y lamentos. Debería estar furiosa o triste pero no siento nada de eso. Me acomodo contra la pared y me limito a dejarme embargar por las gratificantes oleadas psíquicas de agradecimiento de mi víctima, la cual la han devuelto a su sitio donde podrá descansar y regenerarse.
Gracias, Lya. Muchas gracias.
Ojalá pudiera responderle que solo le he pospuesto lo inevitable.
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