Si uno usa el Google, o el buscador que guste antes de que se convirtiera en una herramienta publicitaria, y busca portadas de libros antiguos de género fantástico y más concretamente las de las clásicas revistas “pulp”, esa palabra que viene a definir la literatura norteamericana escrita sobre papel de pulpa por su bajo coste, encontrará una vasta galería de ilustraciones de lo más variada. Weird Tales, Men’s Adventure, Amazing Stories… había de todo: Western, romance, policíaco (de estas historias salió el concepto de Hard Boiled, el del policía duro y violento que aún hoy fascina), ciencia ficción (cuántas portadas con robots, marcianos, tentáculos, pistolas láser, gente embutida en ajustados trajes espaciales...), de terror (Nunca olvidaré el título de Los hombres topos quieren tus ojos) y, lo que hoy toca, fantasía. El principal nombre que destacará de esta época es claramente Robert E. Howard, hablar de fantasía de los años 30 es hablar del creador de Conan, del mismo modo que hablar de terror es hablar de su colega epistolar H. P. Lovecraft. Infinitas portadas nos presentaba siempre a un héroe musculoso y semidesnudo, espada en mano, luchando contra algo, un vil hechicero, varios guerreros malcarados y frecuentemente con rasgos no caucásicos, alguna bestia salvaje o un monstruo imposible, con frecuencia para rescatar a una damisela en apuros. Eso era habitual con Conan, contemporáneos literarios suyos y sucedáneos. Paseando los ojos por estas ilustraciones, me encontré con una bastante peculiar, una en que ese trío de roles estereotipados cambian bastante, el héroe musculoso era el que estaba en apuros, encadenado e indefenso, la damisela despampanante era quien se dedicaba a torturarlo alegremente con una especie de rastrillo cortante y el villano de la función disfrutaba del show desde su trono. Tal portada pertenecía a The ship of Ishtar de A. Merritt. Aunque la escena en cuestión no fue la que interpreté, si que es de uno de los pasajes más delirantes del libro.
Del mismo modo que Lovecraft tuvo antecesores y referencias en gente como Arthur Machen, Lord Dunsany o Edgar Allan Poe. Robert E. Howard tuvo los suyos, y entre ellos cabe destacar sobretodo a Abraham Merritt (1884-1943). Considerado como uno de los principales precursores del género fantástico en la literatura americana, y de la fantasía en concreto, Merritt fue un famoso periodista de su época que tuvo una serie de aficiones bastante curiosas como coleccionista de objetos antiguos, para los que se pegaba viajes por todo el globo y se culturizaba en la historia y la mitología de distintos países, así como ser dueño de una vasta biblioteca dedicada al ocultismo. Su obra literaria no fue muy extensa, escrita más por ocio y placer que por un fin literario, a fin de cuentas se ganaba la vida con artículos periodísticos, pero cosechó bastante éxito en su momento sobre todo con la presente La nave de Ishtar. Ésta fue escrita por entregas para una revista literaria llamada Argosy, por lo que tiempo después hubo muchas ediciones que trataron de recopilar el libro completo y a menudo las ediciones diferían unas de otras en el número de capítulos y algunas estaban directamente estaban incompletas. Actualmente, en nuestro país se puede encontrar la edición de Cyberdark y, la que descansa en mi trastero, la de la editorial Los Libros de Barsoom, la más completa al parecer y con hermosas ilustraciones de Virgil Finlay. A estos les estaré eternamente agradecido por su labor de rescatar del olvido tantas obras similares.
La nave de Ishtar debió ser una lectura muy extraña para el público de su tiempo, manejando unas ideas y unos conceptos que incluso hoy en día tengo serias dudas de que los de la actual generación sepan o puedan siquiera entenderlas (igual soy demasiado cruel con los pobres chavales de hoy). La premisa es la clásica situación en la que el protagonista es un tipo de la época actual, la contemporánea al autor se entiende, que por X motivo viaja a un mundo y/o una era diferente. John Carter viajó a Marte (Barsoom para los marcianos) tras perderse en una cueva en Una princesa de Marte de Edgar Rice Burroughs; Flash Gordon acaba en el planeta Mongo por un error del paranoico Hans Zarkok, varios relatos de Howard hacían que sus personajes entrasen en trance y vieran su consciencia trasladada a la de un antepasado prehistórico; o en El reino de la noche de William Hope Hodgson, su protagonista hace lo mismo que el anterior solo que milenios en el futuro donde la Tierra vivirá sumida en absoluta oscuridad debido a la muerte del sol. La salvedad aquí es que el mundo fantástico adonde viaja el héroe de la función, John Kenton, no se accede viajando al fondo de un volcán, ni perderse en el Triangulo de las Bermudas, ni en una nave espacial. Se accedía por unas leyes y unos criterios mágicos que el protagonista desconoce pero poco a poco va entendiendo y manejando, es algo misterioso y asombroso pero acaba siendo de algún modo práctico. Al principio bastaba con mirar a una replica en miniatura de una antigua embarcación babilónica, enviada a su casa en Nueva York por parte de un camarada arqueólogo, para mágicamente ser transportado a la nave de Ishtar real, que surca los extraños mares de una especie de realidad alternativa creada por los antiguos dioses babilónicos, The Matrix en tiempos de Weird Tales. Una de las peculiaridades de esta obra y que la hace original en su tiempo, es que el protagonista viaja a ese mundo y vuelve a nuestro en varias partes del relato y descubre que hay una gran diferencia del paso del tiempo en ambos, mientras que en la Tierra pasan minutos, apenas horas, en ese otro mundo pasan semanas, meses incluso.
Los primeros viajes de Kenton son accidentales pero una vez vislumbrado más o menos el percal, que la replica lo hacía viajar a una nave tripulada por gente de tiempos antiguos, decide que es una oportunidad única para tener una aventura extraordinaria, se viste y se arma con lo que tiene de su colección arqueológica y decide volver a ese mundo con afán de aprender y conocer la antigua Babilonia. Claro que, no estaba al tanto de la situación real del barco. La búsqueda del entendimiento entre el hombre actual y una cultura antigua se adivina complicada, pero cuando está implicada la magia y los dioses que en ese mundo son reales, ahí el raciocinio y la ciencia tiene poco que hacer. Resulta que la nave en realidad es el escenario de una antigua confrontación entre los dioses Ishtar y Nergal, ambos representados por sus respectivos sumos sacerdotes, la primera con la hermosa Sharane, de la cual el protagonista se enamora perdidamente aunque sea la que le da el peor recibimiento y del segundo el oscuro y malévolo Klaneth, el villano de la función. Ambos personajes y sus seguidores (y esclavos), son gentes que desaparecieron de nuestro mundo hace milenios, son relativamente inmortales al paso del tiempo (aunque no por la espada), y su presencia ahí se debe a un juicio de sus dioses. La cubierta del barco está divida en dos por una barrera que ninguno de los bandos puede atravesar, por lo que la contienda nunca llega a su resolución, solo los esclavos que están a los remos y el propio Kenton son capaces de atravesarla a voluntad, por lo que Kenton se convierte a su pesar en la herramienta clave para poner fin al conflicto.
Kenton sufre una interesante transformación a lo largo de su periplo, del hombre civilizado, acomodado y aburrido de su vida en Nueva York, acabará esclavizado por sus enemigos, torturado con el látigo al ponerlo a los remos donde se hará fuerte a base de paladas, ganará un aliado valioso en un guerrero vikingo que rema a su lado, para luego adquirir la determinación de conquistar la nave a golpe de espada y el corazón de Sharane a base de ya sabéis bien qué. Acabará siendo una especie de guerrero y pirata, fuerte, valiente, autoritario, viril y curiosamente cruel. Me llamó la atención esa crueldad, no una que lo convierta en un villano sino en un hombre despiadado con sus enemigos, la crueldad que debió tener héroes como Aquiles, Ulises etc. cuando luchaban con adversarios humanos sean estos realmente villanos o no. Pocos autores de entonces se molestan en poner ese interesante claroscuro en sus personajes principales. Kenton estuvo encadenado a los remos pero no tuvo reparos en comprar otros esclavos para ocupar su antiguo lugar y mandar azuzarlos cuando la nave estaba siendo perseguida o corría prisa por cualquier motivo. Eso a día de hoy sería difícil de mascar para unos lectores “blandos” con temas como ese.
La fantasía tiene relación con la realidad. Se cree que La nave de Ishtar y su protagonista representa el descontento del autor con la realidad inmediata que vivió en los años 20. Kenton ha tenido que luchar por su vida, ha sido torturado y ha estado al borde de la muerte por heridas espantosas en batalla, pero aún así se quedaría en ese mundo no solo por su amor loco por la sacerdotisa Sharane sino por que aborrecía su mundo original. No veía sentido alguno vivir en un mundo que encontraba desapasionado, maquinal, vacío, con dioses mudos o inexistentes y eso que él vivía en una posición privilegiada, en una mansión con siervos. No, lo suyo era la vida del aventurero, del peligro y la violencia, donde las mujeres no se convierten en aburridas esposas sino en amantes pasionales. Donde matar en combate no es malo sino placentero. Donde las amistades se forjan con juramentos de sangre inquebrantables. Si Conan era un bárbaro que poco a poco fue civilizándose hasta convertirse en rey, Kenton fue por el sentido contrario. Renegaba de las comodidades y las hipocresías de la era moderna prefiriendo en su lugar el peligro y la aventura en un mundo antiguo, sucio y sangriento. Durante el libro hay varios pasajes y reflexiones sobre eso.
Y bueno, tal como retrato la obra un poco más arriba parece que es una oda a la masculinidad muy típica en las ficciones de la época. Pero Sharane, Ishtar y otros personajes femeninos no son precisamente floreros. En los primeros capítulos Sharane se muestra bastante regia y despiadada con el protagonista, no perdonaba la debilidad ni el engaño. Y ya cuando son pareja (no es spoiler, era algo obvio) hubo una parte en que mueren ciertos personajes a manos ella y de Kenton, quien por su mentalidad aún de hombre moderno sintió lastima por las circunstancias que les llevaron a ser un peligro, mientras que ella expresaba frialdad, con un “se lo merecían”. Creo que Robert E. Howard cogió algo de este personaje para su famosa Belit, la Reina de la Costa Negra, que sería el gran amor de Conan y una tipa dura tanto en carácter como en combate.
Ahora unos cuantos peros. La lectura de esta obra puede llegar a ser un tanto difícil de tragar por el lector actual, no por su contenido, del cual sus ideas y planteamientos me parecen bastante atemporales. Si no por la forma. Por lo general las descripciones de las distintas escenas aprueban con nota, en especial las escenas de acción, bastante violentas y gráficas (aunque no al nivel de salvajismo de Conan) en cambio otros pasajes que se podrían definir de oníricos, como las confrontaciones de los dioses enemistados o la descripción de los viajes entre mundos, costaba entenderlos e incluso parecían demasiado ridículos. Alguno momentos, como cuando el prota se pasea por los distintos templos de los dioses babilónicos, lo encontré cargante. Otro aspecto del que pasa factura la edad de la obra y su género era lo poco desarrollados que estaban la mayoría de los personajes. Klaneth era un villano bastante olvidable y del resto de secundarios son poco más que esbozos, parecían interesantes y merecían más desarrollo. Pero el principal pero se lo pongo a esa forma de narrar con exclamaciones. El relato está en tercera persona pero parece que hay un personaje contándolo al lector gritando algún detalle de vez en cuando. ¡Cada X párrafos!. Lo encontraba molesto, aunque compresible dadas las circunstancias. Al menos no tiene la pedantería del protagonista de El reino de la noche, que cada dos por tres trataba de pedir la simpatía del lector.
En definitiva, todo un hallazgo interesante en la arqueología literaria. Abraham Merritt fue bastante popular en su momento pero hoy en día está muy olvidado. Como muchos autores contemporáneos suyos que no llegan ni a ser una referencia. Es lo que tiene el paso del tiempo y los vaivenes del gusto popular, por suerte en España contamos con editoriales como Los Libros de Barsoom, cuyas ediciones suele ir acompañadas un exhaustivo trabajo de búsqueda, investigación y traducciones fidedignas de obras y autores de este género que permanecen en el olvido. Y en estos tiempos que vacilan de sofisticación y diversidad de contenido sorprende ver que hay todo un universo insólito lleno de ideas y conceptos que hoy en día no han logrado ni imaginar. Hay mucha vida y mundo en la fantasía más allá de Tolkien, George R. R. Martin y sus respectivos sucedáneos. Siempre me ha sorprendido que un género cuyos límites solo lo marca la imaginación, esté tan sujeto y anclado a los tópicos de siempre. Luchas de bien contra el mal, búsqueda y destrucción de objetos únicos mágicos, viajes agotadores del elegido de turno… quien busque encontrará gente que innova y rompe moldes pero la sorpresa me la he llevado con este autor anterior a mi querido Robert E. Howard.









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